Lorrie Moore

La vergüenza de Wisconsin

Wisconsin es probablemente el más hermoso de los estados agrícolas del Medio Oeste. Su geografía por momentos espectacular, repleta de elevaciones surcadas por profundos valles que no fueron alcanzados por la glaciación, no sólo es bordeada por el río Misisipi, sino también por dos grandes mares interiores cuyas márgenes opuestas están tan alejadas que no se alcanza a divisarlas desde la orilla. El mundo más allá de las olas se ve distante, irreal, y los lagos oceánicos se extienden hasta fundirse con la neblina y el cielo, aunque es posible tomar un ferry en un pueblo llamado Manitowoc y llegar a Michigan en cuatro horas.

En medio de esta serenidad algo solitaria están los míticos naufragios, las tormentas de nieve, los tornados, los vaivenes de la vida agraria, el auge y caída de la industria y una floreciente economía carcelaria; todos factores que han hecho su aporte al temperamento local de alegre estoicismo.

Sin embargo, se puede decir que en la tierra norteamericana de los lácteos persiste una sensación de desidia y aislamiento, y la idea de que nadie está mirando puede crear un sentido de invisibilidad que lleva al tipo de secretos y tareas propio de los ignorados: tanto el desvío y la corrupción como los proyectos utópicos, el idealismo que no se pone a prueba, las ensoñaciones, la pomposidad provinciana, la mansedumbre, el delirio, la decoración extravagante de jardines y el sexting. Es sabido que Al Capone se ocultó en Wisconsin, aun cuando ya estaba en marcha el Partido Progresista de Robert La Follette. Cabe decir que Wisconsin puede jactarse de haber tenido a los tres mayores genios creativos del siglo XX norteamericano: Frank Lloyd Wright, Orson Welles y Georgia O’Keeffe, aunque los tres se marcharon pronto, primero a Chicago y luego hacia climas más cálidos. (La campaña de la oficina de turismo, “Escápese a Wisconsin”, ha sido a menudo alterada por vándalos de las calcomanías para darle el sentido opuesto).

Más recientemente, Wisconsin empieza a ser conocido menos por sus políticos o artistas de izquierda siempre en apuros –Thornton Wilder, Laura Ingalls Wilder– que por sus asesinos, cada vez más salvajes. El famoso “viaje de la muerte de Wisconsin” de fines del siglo XIX, que estableció con su locura y caos la leyenda de que el lugar era una frontera helada en la que ocurrían cosas horripilantes e inexplicables –tal vez a causa del clima enloquecedor–, ha engendrado en las últimas décadas un elenco de asesinos que incluye a Ed Gein (el inspirador de Psicosis), al asesino serial y caníbal Jeffrey Dahmer y a las dos niñas de Waukesha que en 2014 apuñalaron a una amiga en honor a su ídolo, el personaje animado de Internet Slender Man.

El nuevo documental Making a Murderer [Fabricando un asesino], escrito y dirigido por Laura Ricciardi y Moira Demos, ex estudiantes de cine de Nueva York, trata sobre el caso de un hombre de Wisconsin que pasó dieciocho años en prisión por agresión sexual, luego de los cuales fue exonerado por evidencia de ADN. Más tarde se convirtió en la cara del afiche de la organización Innocence Project [Proyecto Inocencia], se tomó una foto con el gobernador y dio nombre a una nueva comisión de justicia, para volver a ser apresado poco después, esta vez por asesinato.

La versión de su historia que ofrecen Ricciardi y Demos no contribuirá a rehabilitar la reputación de Wisconsin en relación con lo extraño. Pero convertirá en héroes a dos impresionantes abogados defensores y a las mismas cineastas. En formato de documental en diez partes y transmitida por Netflix, la ambiciosa serie examina la clase social, el acuerdo comunitario y la conformidad, los límites de los juicios por jurado y las agónicas estupideces de un sistema legal que recaen sobre individuos más o menos indefensos (los pobres). La serie es envolvente y vérité, es decir que aparenta desplegarse en un tiempo más o menos real y espontáneo; lleva al espectador con la cámara de un modo no previsto y descubre cosas a medida que las cineastas las descubren (una ilusión, por supuesto, que la edición no arruinó). Se trata de una obra fascinante y obstinada.

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