Jon Lee Anderson

Venezuela en llamas

Son pocas las reglas para derrocar un gobierno. Hay que asegurarse el apoyo del ejército, o al menos de una parte suficiente como para disuadir a los soldados reacios de que intervengan. Repartir bastante dinero para inspirar lealtad. Determinar qué parte de la población se sumará al alzamiento, qué parte se resistirá y cuál se mantendrá al margen observando. Neutralizar con rapidez la resistencia; asumir el control de los medios para difundir órdenes. Una vez desplazado el gobernante, asesinarlo o forzar su salida del país tan pronto como sea posible.
Cuando Juan Guaidó, el líder del levantamiento venezolano, anunció el 30 de abril la “fase final de la Operación Libertad”, pareció que no había dado ninguno de esos pasos. Llegó antes del amanecer a las inmediaciones de la base aérea La Carlota, en Caracas, y grabó un video donde afirmaba que había llegado la hora de expulsar al presidente Nicolás Maduro, cada día más tiránico. Guaidó, de treinta y cinco años de edad, había sido nombrado hacía poco presidente de la Asamblea Nacional y se veía algo sorprendido de estar en ese lugar. Rodeado de una docena de militares que lo apoyaban, afirmó: “Han sido años de sacrificio, de persecución y de miedo. Hoy se vence el miedo”.
En mayo de 2018, Maduro había sido elegido para un segundo mandato de seis años, pero las elecciones fueron consideradas por muchos ilegítimas. Una de las críticas fue que sus principales oponentes estaban o bien en el exilio o bien bajo arresto domiciliario, cuando no proscriptos de la actividad política. Otra era que su primer mandato había sido tan desastroso que era inconcebible que lograra una victoria genuina.
Maduro habia llegado al gobierno como protegido de Hugo Chávez, carismático y de izquierda, quien gobernó Venezuela durante catorce años y utilizó la riqueza petrolera del país para promover una “marea rosa” de gobiernos de tendencia socialista en América Latina. Desde la muerte de Chávez en 2013, Maduro ha presidido el desmoronamiento de Venezuela. La economía colapsó con la caída del precio del petróleo crudo; la corrupción y la mala administración empeoraron las cosas. La hiperinflación, que este año se espera que alcance a 10.000.000%, ha quitado todo valor a la moneda. El hambre y las enfermedades son epidémicas. En Caracas, las personas criban las aguas contaminadas del río Guaire en busca de joyas de oro caídas por los desagües; los carniceros venden pezuñas de vaca a clientes desesperados por proteínas; las mujeres abandonan sus carreras para trabajar como prostitutas en países vecinos. Más del 10% de la población ya dejó el país. Maduro ha reaccionado con despreocupación, alternando entre negar los problemas y aconsejar a los ciudadanos exiliados que dejen de “lavar pocetas en el exterior y vengan a vivir a la patria”.

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