Michel Houellebecq

Trump: un buen presidente

Sinceramente, tengo un gran aprecio por el pueblo estadounidense. Conocí en Estados Unidos a mucha gente adorable, y me produce empatía la vergüenza que sienten muchos estadounidenses (y no sólo “intelectuales neoyorquinos”) por ser gobernados por un payaso tan lamentable.

Sin embargo, necesito pedirles (y sé que para los estadounidenses no es fácil) que consideren por un instante las cosas desde un punto de vista no estadounidense. No quiero decir “desde un punto de vista francés”, eso sería pedir demasiado; digamos, desde el punto de vista del resto del mundo.

Las numerosas veces que me consultaron sobre la elección de Donald Trump, respondí que me importaba un bledo. Francia no es Wyoming, ni Arkansas. Francia es un país independiente, en mayor o menor medida, y volverá a serlo por completo una vez que se disuelva la construcción europea (cuanto antes, mejor).

Estados Unidos de América ya no es la primera potencia mundial; lo fue durante mucho tiempo, casi todo el siglo XX. No lo es más.

Sigue siendo una potencia importante, entre otras.

Lo que no es necesariamente una mala noticia para los estadounidenses.

Es una muy buena noticia para el resto del mundo.

Mi respuesta fue algo exagerada. Uno está obligado a interesarse un poco en la vida política estadounidense. Estados Unidos de América sigue siendo la primera potencia militar mundial, y por desgracia no renunció aún definitivamente a intervenir fuera de sus fronteras.

No soy historiador y no sé de historia antigua; no sabría decir, por ejemplo, si fue Kennedy o Johnson el más condenable en la sórdida cuestión vietnamita; pero tengo la sensación de que hace mucho tiempo que Estados Unidos de América no gana una guerra, y que sus intervenciones militares (declaradas o secretas) en el extranjero sólo han sido, desde hace por lo menos unos cincuenta anos, una sucesión de ignominias coronadas de fracasos.

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