Martín Kohan

Maradona. Un dios demasiado humano

Desde que pasó lo que pasó, y pasó hace ya más de un año, yo no pude escribir más sobre Diego Armando Maradona. Nada acerca de lo que pasó, pero tampoco acerca de él. No pude ni puedo escribir, tampoco he podido hablar. Desconfío de las frases hechas, cristalizaciones de sentido, porque tienden a vaciarse y a decir sin decir nada; pero nunca, como ahora, pasando lo que pasó, entendí (y hasta viví) eso que se suele expresar con esta fórmula: la de quedarse sin palabras. Aunque se lo haga, en general, sin leer el Tractatus lógico-philosophicus, se cita a menudo, y se la cita suelta, esta frase de Ludwig Wittgenstein: “De aquello de lo que no se puede hablar, hay que callar”. Me mantengo, en lo personal, callado acerca de lo que pasó, desde que pasó lo que pasó, hace ya más de un año. Por un motivo muy claro, muy simple, muy contundente, irremontable: es algo de lo que no puedo hablar.

Pero entretanto también leo un libro, Superdios. La construcción de Maradona como santo laico de Gabriela Saidon, que sitúa a Maradona en un plano marcadamente distinto del de mi relación habitual con él (mi pasión por el fútbol) y del de mi sentimiento fundamental por él (el amor de tribuna). Saidon inscribe a Maradona en una serie de santificaciones populares (que van desde el Gauchito Gil hasta Gilda), devociones de las que no participo, dada mi propia condición social y dada mi renuencia a impostar en un remedo fingido modulaciones finalmente impropias (no suelo anteponer a los nombres un artículo definido, yo nunca lo llamé “el Diego”; aunque tampoco sé de ningún canto de cancha que lo nombre de esa manera: siempre es Diego, o Maradona, o Maradó).

Saidon ilumina en Maradona esa clase de identidad, la de las idolatrías populares, y la conecta a la vez con otras formas de lo heroico: desde el héroe trágico aristotélico hasta los superhéroes de la cultura de masas en los Estados Unidos (si las santificaciones populares siguen normas semejantes a las del catolicismo, es el protestantismo lo que, en Norteamérica, derivó hacia otros parámetros estos rituales de veneración). A diferencia de los otros casos, subraya Saidon, todo esto, con Maradona, ocurrió en vida. Acaso una anticipación pertinente, pertinente o indispensable; ya que es lo otro de la vida lo que, en él, se nos vuelve inconcebible, se nos vuelve inasimilable.

Gabriela Saidon se plantea en este libro un propósito categórico, ambicioso, radical, de inspiración a la vez nietzscheana y derrideana; se plantea nada menos que esto: “Deconstruir a Dios”. Sabemos por Jacques Derrida (aunque no sé si lo sabemos, porque el concepto se utiliza de un tiempo a esta parte en un sentido siempre contrario al que en realidad busca y expresa) que la deconstrucción de por sí involucra un reconocimiento y hasta una valoración positiva de aquello que se deconstruye (no es porque se la desestima, sino justamente por lo inverso, que Derrida emprende por caso en De la gramatología la deconstrucción de la lingüística saussureana). La deconstrucción no es meramente una crítica o una autocrítica, no es un descarte, no es destrucción, no es un llamado a la prescindencia o a la renuncia. La deconstrucción necesariamente involucra un saber de la construcción (la “cocina de la construcción” a la que Saidon se refiere), un saber del cómo está hecho. De eso se trata Superdios; eso es lo que se propone hacer.

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