Naomi Klein

La ética de la esperanza climática

De acuerdo con la crítica que Elizabeth Kolbert hizo de mi libro Esto lo cambia todo, los seres humanos son demasia­do egoístas para enfrentar la crisis cli­mática de manera eficaz. “He aquí mi verdad incómoda –escribe–: cuando se le dice qué se necesitaría para reducir realmente las emisiones de carbono de forma drástica, la gente da vuelta la es­palda. No quiere resignar el transporte aéreo o el aire acondicionado o la televi­sión de alta definición o las visitas a los shoppings o el auto familiar”.

La única prueba en que Kolbert se basa para hacer este juicio tan genera­lizado es su relato parcial de un único proyecto de investigación suizo que co­menzó en 1998. Los investigadores que están detrás de la Sociedad de los 2.000 Vatios –como se conoce el proyecto– determinaron que para que los huma­nos vivan dentro de límites ecológicos, cada persona sobre la Tierra tendrá que mantener su consumo de energía por debajo de ese nivel. Crearon varios personajes ficticios que representan di­ferentes estilos de vida para ilustrar lo que eso implicaría y según Kolbert, “sólo (Alice), una mujer residente en un asi­lo de ancianos que no tenía televisión ni computadora y que tomaba ocasio­nalmente el tren para visitar a sus hijos, cumplió con el objetivo”.

De ahí Kolbert concluye que mi ar­gumento (que la respuesta al cambio climático puede ser un catalizador para una transformación económica y so­cial positiva) es una “fábula”, “irritan­tentemente optimista”. Por fortuna, las sombrías conclusiones de Kolbert están basadas en varias lecturas erradas de la investigación más reciente acerca de la reducción de emisiones, como así tam­bién de los contenidos de mi libro.

Comencemos con el proyecto suizo. Sin duda, es difícil alcanzar el objetivo de 2.000 vatios mientras vivimos en una sociedad que fomenta sistemáticamen­te el derroche de energía (por ejemplo, mediante largos desplazamientos dia­rios al trabajo) y cuando la energía de­riva en su mayor parte de combustibles fósiles. Pero justamente por eso necesi­tamos el tipo de audaces transforma­ciones energéticas que mi libro descri­be y que ya están en curso en algunos países: no hay ninguna necesidad de aceptar la anticuada infraestructura basada en combustibles fósiles que te­nemos hoy en día, y ni qué hablar la que existía en 1998.

Grandes inversiones en energías re­novables y en eficiencia, así como el replanteo de la forma en que vivimos y trabajamos, pueden generar una vida reducida en carbono y de gran calidad para todos en el planeta. Como escribí en mi libro:

«En 2009, Mark Z. Jacobson, profesor de ingeniería civil y medioambien­tal en la Universidad de Stanford, y Mark A. Delucchi, investigador científico en el Instituto de Estudios del Transporte de la Universidad de California en Davis, elaboraron una hoja de ruta pionera y detallada so­bre ‘cómo conseguir que el 100% de la energía mundial, en el 100% de sus usos, sea suministrada por recursos eólicos, hídricos y solares, no más allá del año 2030.»

Hoy, un estilo vida que produzca ba­jas emisiones se considera tan realizable que la ciudad de Zúrich adoptó la Socie­dad de los 2.000 Vatios como un objeti­vo oficial de gobierno, una buena noticia que Kolbert decidió no compartir.

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