Martín Kohan

El legado de Fogwill

Casi no hay escritor argentino que no cuente o haya contado su experiencia de lectura de Borges: la reacción que tuvo, las impresiones al entrar en contacto con sus textos. En cambio Fogwill podía contar, por su parte, la reacción y las impresiones que había tenido Bor­ges al entrar en contacto con un texto suyo: la experiencia de Borges como lector de Fogwill. No lo hizo para envane­cerse, todo lo contrario. Tal vez porque los impulsos des­tructivos de Fogwill se aplicaban, entre otras cosas, también a sí mismo; o tal vez porque sus jactancias autorales no pre­cisaban de ortopedia alguna, ni tampoco de sanciones de autoridades literarias (ni aun de las de la autoridad máxima). Lejos de las artimañas de los que, para señalarse como elegidos, pretenden ocultar que Borges podía llegar a leer o incluso a prologar más o menos cualquier cosa, y que podía ponerse a conversar poco menos que con cualquiera, Fogwill contaba la situación en la que Borges había leído (en verdad, ceguera mediante, le habían leído) algún texto escrito por él, para poner en eviden­cia un desencuentro, para mostrar un malentendido, para colocarse en el lugar de un descarte.

Son al menos dos las referencias que hace Fogwill al episodio de la lectura de Borges. Una de ellas consta en la entrevista que le efectuó Graciela Speranza para el libro Primera persona, publicado en noviembre de 1995; la otra, en una entrevista que Sergio Bizzio le hizo para Página/12 y que fue recopilada en Los libros de la guerra (2008). Cuenta Fogwill que a Borges le leyeron uno de sus cuentos (Borges era jurado de un concurso literario, una de esas tareas que aceptaba, puede que para ganarse el sustento); al cabo de la lectura, opinó que el autor era “el hombre que más sabía de automó­viles y cigarrillos”. Enrique Pezzoni, con quien Fogwill comenta la anécdota, le hace saber que, si Borges había empleado la palabra “hombre” para referirse a él, es porque no lo consideraba un escritor. El otro relato basado en esta misma escena –la de Borges escu­chando la lectura de un cuento de Fogwill para pro­nunciar luego su veredicto– se resuelve de otro modo. Como se trataba de un texto particularmente explícito en materia sexual, especialmente cargado de palabras y referencias obscenas, quien tuvo que leerlo para que lo escuchara Borges se sintió inhibida, podemos con­siderar que con justa razón; por puro pudor (propio y ajeno), decidió entonces saltearse en la lectura las par­tes más chanchas del texto, omitirlas sin más y pegar en la oralidad las partes restantes, ante lo cual Borges comentó que el autor “tenía un dominio notable de la elipsis”.

Esos dos juicios borgeanos, ligeros y desviados, sir­vieron, pese a todo, para expresar ciertas verdades acerca de la estética de Fogwill (por algo Fogwill narraba esos episodios, se convirtió en su principal difusor).

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