Andrea Camilleri

Del 68 y otras herejías

El 68 no lo viví en primera persona. En aquellos años había dejado de dar clases, trabajaba en la RAI y me dedicaba mucho a dirigir. A pesar de mis compromisos con el teatro, sin embargo, estaba muy interesado en lo que pasaba en las universidades. En aquel momento era inevitable estar involucrado. Me acuerdo de las primeras tomas en Turín, aunque no estaba en contacto ni era protagonista del movimiento, porque vivía en Roma.

La sensación que tuve, ya entonces, fue que el 68 había llegado en el momento justo, cuando tenía que llegar. Se había alcanzado, al menos así lo percibía yo, una suerte de agotamiento ideológico, de postración y de debilitamiento general. En aquella época, en 1968 y los años inmediatamente anteriores, se sentía una flojera en las cosas, como si todo fuera más lento y avanzase muy despacio hacia su propio fin, desde las instituciones hasta las ideologías. Y en estos casos, como se suele decir, motus in fine velocior. Por eso los movimientos, incluso el del 68, tienen un sentido, aunque probablemente sea inconsciente.

Tampoco fueron casuales los lugares en los que todo comenzó, las universidades. Es cierto que son el espacio del saber, donde estudian los jóvenes y se forman los intelectuales. Sin embargo, los jóvenes se forman también en los secundarios. La razón por la cual el 68 empezó en las universidades reside principalmente en el hecho de que son un símbolo, sobre todo un centro de cultura, donde la cultura se practica. El 68 no nace obrero, nace de una manera totalmente distinta y era justo esa diferencia lo que me interesaba. Y no escondo que depositaba ahí grandes esperanzas.

En 1968 me repartía entre la radio y la televisión y había dejado de dar clases en la Academia de Arte Dramático, porque estaba a cargo de los programas de teatro que salían al aire los viernes en el segundo canal de televisión de la RAI. Me tenía que ocupar de la programación y de la producción, tenía que buscar actores y directores y estaba demasiado ocupado con mi trabajo en la RAI como para poder dedicarme a la enseñanza. También había dejado un tiempo antes el Centro Experimental de Cinematografía, donde había dado clases durante años.

Naturalmente, como sucede en estas situaciones, hubo efectos de resonancia que hicieron que también el Centro Experimental fuera ocupado por los estudiantes. La situación era un poco distinta respecto a la ocupación de la Academia, dado que el Centro Experimental alberga la Cinemateca Nacional, que es propiedad del Estado. Por lo tanto, el intento de desalojo por parte de la policía fue casi inmediato. Pero no funcionó, porque los estudiantes resistieron y pusieron candados muy grandes en la entrada que volvían difícil, a no ser que se usaran las armas, el acceso de los agentes. Los estudiantes no echaron a los profesores, como pasó por ejemplo en la Academia, sino que fueron los profesores los que se asustaron y se fueron.

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